

La actividad deportiva, en el aspecto físico, aumenta la potencia muscular, estimula la coordinación motriz o mejora la capacidad cardiovascular. Es fundamental para descargar toda la energía que se acumula a lo largo del día, provocada por el estrés, el colegio, las notas, el trabajo… A parte de los beneficios físicos aporta ciertas actitudes y valores, que ayudarán al niño a crecer como deportista y a la vez como persona en su vida, una vez abandone el terreno de juego. Por ejemplo, potencia el espíritu de superación y esfuerzo, genera autoestima fuerte, crea relaciones de amistad, capacidad de trabajo en grupo, de organización y concentración, disciplina o fomenta el aprendizaje por cooperar y a su vez a competir. Es una gran oportunidad para desarrollar lazos afectivos y permite potenciar en el niño el desarrollo de otros puntos de vista, la empatía, ponerse en el lugar del otro.
A los padres y las madres nos gusta que nuestros hijos hagan deporte, porque gracias al deporte, los niños y jóvenes tienen una gran cantidad de herramientas positivas para afrontar la vida y porque además, todos esos valores que aprenden, son los mismos que nosotros les inculcamos en su vida cotidiana. A edades tempranas, los modelos de conducta somos los propios padres, el niño, copia nuestra conducta en todos los ámbitos de su vida, y la práctica deportiva, no iba a ser menos. Todo dependerá del ejemplo que le demos los adultos. Y si los padres y las madres, tenemos todo esto claro…. ¿Por qué existen padres que gritan, insultan, critican las decisiones del entrenador o árbitro, amenazan y en el peor de los casos, llegan a la agresión?
Hay adultos entre ellos padres y madres, que cuando ven a sus hijos en el terreno de juego se convierten en verdaderos Hooligans. Este tipo de comportamientos hacen desaparecer los valores reales del deporte: los más jóvenes nos imitan. No podemos potenciar valores de lealtad, compañerismo, valor, esfuerzo… si nosotros, los padres y las madres, esos que educamos a nuestros hijos, empezamos a gritar, a insultar a jugadores, entrenadores, árbitros, incluso a nuestros propios hijos por no hacer lo que esperamos de ellos. Esa presión desmesurada que les inculcamos se asocia con pensamientos negativos, creando un estado de ansiedad en el niño, que hará que relacione la práctica deportiva con algo negativo, por lo que no disfrutará. Y, para obtener todos los valores de los que hemos hablado antes, es necesario que la relación del niño con el deporte, sea positiva en todos los aspectos.
Gritar más no es motivar, para motivar, hay que ayudar al deportista, reconocer su esfuerzo independientemente del resultado obtenido, comprenderle ya que los niños no piensan igual que los adultos, tienen otros problemas, otros ritmos: es tan sencillo (o tan complicado), como escucharle y apoyarle en sus decisiones. No podemos olvidar nunca, que los niños deben practicar deporte para divertirse.
Los padres y las madres tampoco somos los entrenadores. Los niños ya tienen uno, pero a alguno se le olvida, sin parar de hacer indicaciones, incluso contradiciendo las del entrenador. Eso genera confusión en el niño, que por un lado tiene las indicaciones que el entrenador le está dando, y por otro, la versión de su padre o madre.
Los padres y las madres debemos animar, reforzar, preocuparse por cómo han ido los partidos. Transmitir entusiasmo sin presión. Felicitar al chaval por el mero hecho de esforzarse. No crearle tensión y ansiedad. Si el niño actúa bajo presión, no tendrá la mente clara y no podrá desarrollar todo su potencial, perdiendo eficacia.
Como dijo Mahatma Gandhi, “Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado, un esfuerzo total, es una victoria completa”.
Mª Ángeles Bermejo Hidalgo
Psicóloga del Deporte. APECVA.