
Universidad de Valencia
Psicólogo colegiado Certificado como Experto en Psicología del Deporte
De forma coloquial solemos emplear términos como “agresividad”, “agresión”, “violencia”, y similares, de manera más o menos indistinta, como si fueran sinónimos, pero realmente no lo son, tienen importantes diferencias, que además se incrementan cuando se llevan al terreno de lo práctico. También a veces se usan coloquialmente esos términos desde una perspectiva positiva, como si fueran sinónimos de máximo esfuerzo, de no dejar de “competir” por el dominio del balón, del disco, de la zona o de lo que corresponda en cada deporte, o incluso para referirse al máximo interés por mantener a ultranza el objetivo de superar al otro u otros; sin embargo, tampoco en estos casos son conceptos realmente similares ni con los mismos efectos reales. Así, que parece importante intentar hacer un esfuerzo de clarificación, para que lo que queremos decir o hacer y lo que realmente decimos o acabamos haciendo, sea lo que seguramente pretendemos la mayoría.
De entrada podemos señalar que “agresividad” y “agresión” son términos que se refieren a dimensiones psicológicas humanas, mientras que “violencia” es un concepto más amplio, de corte sociológico, que incluye la referencia a la trasgresión o forzamiento de normas o reglas –escritas o no-, empleando cuando es necesario la fuerza o su amenaza para vencer posibles resistencias. Como vemos, tiene un referente normativo, algo que indica cómo deben ser las cosas y con lo que se compara, lo que depende de cada sociedad, grupo y/o momento histórico. Así, según las normas que rijan, una determinada conducta será considerada –o no- como violenta y sancionable, considerándose en ese caso un comportamiento antisocial rechazable socialmente o incluso punible, si ya ha sido normalizado su rechazo en el ordenamiento jurídico. Por ejemplo, hace no demasiados años, se considera lo más “normal” y poco o nada rechazable, que se circulara en coche sin cinturón o con los niños pequeños en el asiento de delante; ahora, se considera que esas conductas no son adecuadas y seguras, y violan el código de la circulación. Se tomamos como referencia la actual forma de considerar la violencia de género y la comparamos con lo que ocurría hace unas décadas, tampoco nos resultará difícil establecer estas distinciones sobre lo que ahora se considera violencia y antes no.
Aplicando este concepto al deporte, tenemos que dejar muy claro cuáles son los comportamientos que consideramos violentos, que incluirían desde aquellos que están claramente sancionados por las leyes, decretos, reglamentos y normativas de diferente niveles, como todos esos otros que aunque no hayan sido todavía incluidos dentro de una normativa escrita y formal, pero que sin lugar a duda son rechazables y que hay que combatir. Por ejemplo, que un familiar o espectador grite desde una grada pidiendo que un jugador agreda a otro, tiene que ser de alguna manera identificado y, cuanto menos, amonestado y corregido, cuando no directamente sancionado dentro de las prerrogativas y el margen de maniobra con las que cuente la entidad/es responsables de la actividad. En este sentido, tenemos que ser consciente de que si nos esperamos a hacerlo solo en aquellos casos en que esa violencia tenga una forma visible, grave y con empleo de la fuerza, seguramente estaremos llegando tarde y desde luego estaremos haciendo dejación de nuestra obligación de prevenirlo, ya que sabemos que esas conductas graves suelen venir precedidas y alentadas por otras menores, con las que somos seguramente demasiado benevolentes (o indolentes, que pare el caso es lo mismo).
Respecto a la “agresividad”, sabemos que es una condición intrínseca al ser humano, es decir, hay una base filogenética que hace que el ser humano sea una especie con capacidad y tendencia a la agresión. Sin embargo, no nos hemos parado a pensar (o se desconoce) lo que realmente eso significa. De entrada, no quiere decir que estemos “condenados” a ser agresivos necesariamente porque sea algo que forma parte de nuestra naturaleza. Aquí es necesario hacer una distinción que si bien es técnico-científica es muy importante por sus consecuencias: un impulso intrínseco no es equivalente a un impulso o necesidad biológica (como dormir, comer o beber). En ambos casos, tienen en común es la base biológica y la tendencia impulsiva a llevarlo a cabo; pero sin embargo es diferente en otros aspectos. El impulso biológico, aunque también pueda adaptarse, moderarse e incluso en un caso extremo reprimirse por completo, conduciría a efectos desagradables intensos en la persona y, en el caso extremo, incluso a la muerte. Es decir, no se puede vivir sin saciar los impulsos biológicos. Por el contrario, en el caso de los impulsos intrínsecos, estos son igualmente modelables, ajustables e incluso eliminables, sin que sin embargo suponga necesariamente ningún malestar intenso o, en el caso, extremos la muerte. Dicho de otra forma, sin comer, beber o dormir, no podemos sobrevivir, sin agredir (o sin cooperar o sin conducta sexual, que son otros dos impulsos intrínsecos) sí que podemos hacerlo, incluso puede ser fuente de satisfacción, desarrollo y bienestar personal. Creo que la diferencia es importante y debemos tenerla clara.
Cuando no controlamos el impulso agresivo es cuando podemos llevar a cabo una “agresión”, que es el término que hace referencia precisamente a la puesta en práctica de esa posible conducta. Y las formas que ésta puede adoptar son muy variadas, desde las evidentes agresiones físicas o verbales, hasta formas más sutiles, como cuando hacemos correr un falso rumor dañino o si rompemos algo de valora para la otra persona. En su conjunto, lo que tienen como característica común es que hay una intención de dañar, sea física, personal o socialmente. Está claro, que en el deporte debemos identificar todas las formas de agresión, incluyendo las “sutiles”, renegar claramente de ellas y establecer algún tipo de estrategias para prevenirlas por una parte y sancionarlas por otra. Esto solo es posible si tenemos claro lo anterior, es decir, que se puede hacer por más que tenga que ver con nuestra naturaleza humana.
Por último, hay que tomar conciencia que cuando empleamos frases como “hay que ser más agresivo en el juego”, “nos falta agresividad para ganar”, etc., realmente no creo que se pretenda decir que hay que hacerle daño a los demás deportistas, si no seguramente otras cosas, como que no hay que rendirse, que hay que esforzarse al máximo, que no hay que dejar ningún punto por jugar, etc. Pero como no siempre distinguimos bien lo que cada cual quiere decir o lo que cada cual parece entender con las referencias a la agresividad, quizás lo que podríamos ir haciendo es emplear las palabras con mayor precisión y usar estas segundas que sí que no dejan margen de duda. En esto, como en otras muchas cosas a lo largo de la historia de la humanidad, ciertamente que la costumbre pesa, pero si iniciamos el proceso de cambio, seguro que podríamos ir mejorando, porque en esto de la violencia y la agresividad, “no todo es lo mismo”.
2 Comentarios. Dejar nuevo
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